Por Miguel Tovar*

La pandemia ha demostrado la fragilidad de las economías, sistemas de salud y fiscales exiguos y rebasados y, en fin, un modelo de desarrollo global desequilibrado.

Los pronósticos para la economía mexicana marcan una contracción entre 7% y 12% para este 2020. Esta coyuntura es una oportunidad para repensar cómo las personas, las empresas, los gobiernos, los inversionistas y las organizaciones sociales pueden generar valor económico y social sostenible en términos de país, cadenas de valor, regiones y comunidades con los ojos puestos en el largo plazo.

Es decir, la sostenibilidad como un eje de valor de cualquier iniciativa que implique un modelo de desarrollo de largo plazo a nivel económico y social.

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Por un lado, como innovación económica al incentivar cadenas de valor con activos que generan rentas de mediano y largo plazo para sus inversionistas al tiempo que se mitigan los impactos negativos en operaciones industriales complejas.

Por otro, como innovación socioambiental al detonar iniciativas que tienen el objetivo de amalgamar la participación social, la protección de los ecosistemas, la generación de proyectos productivos comunitarios y atajar los retos de desigualdad de género, clase y acceso a bienes públicos.

Esta visión de las corporaciones se concreta en que la inversión sostenible a nivel global supera los 30 billones de dólares, 68% más que en 2014, según Global Sustainable Alliance. La aceleración ha sido impulsada en buena medida por una mayor atención de la sociedad civil, los medios de comunicación, las redes sociales, los gobiernos y los consumidores sobre el impacto de las corporaciones. De igual manera, cada día más inversionistas consideran que una propuesta sólida de sostenibilidad es la clave del éxito a largo plazo de una corporación. Tan sólo este año, Larry Fink presidente de BlackRock (el mayor gestor de inversiones en el mundo) tomó la decisión de colocar la sostenibilidad en el centro del enfoque de inversión para la construcción de las carteras y la gestión de riesgos, lo cual implicará incluso modificar inversiones existentes que presenten un riesgo alto relacionado con el cambio climático, como los productos y derivados de carbón.

La magnitud de capitales invertidos sugiere que la sostenibilidad socioambiental es mucho más que una moda o un ejercicio para sentirse bien, sino una visión de largo plazo que se desdobla en estrategias que influyen o modelan el contexto en el que toman lugar.

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Una propuesta sólida de sostenibilidad socioambiental se correlaciona con mayores retornos de capital, pues motiva un modelo de identificación y reducción de riesgos asociados, lo cual se evidencia de manera clara en menores tasas y mejores calificaciones crediticias. Hoy en día, la banca de desarrollo, como el Banco Interamericano de Desarrollo, Banco de Desarrollo de América del Norte o la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional invierten de manera cada vez más activa en America Latina en proyectos que favorezcan acceso a energías limpias y bienes públicos, con compromisos medibles y rastreables de evaluación socioambiental y, en general, un desempeño financiero transparente y reglas de gobierno corporativo responsable.  

Cada vez hay más pruebas que sugieren que las acciones de corporaciones que cumplen con altos estándares de sostenibilidad superan las expectativas del mercado. Datos de Arabesque (gestora de activos) encontraron que las empresas listadas en el S&P 500 que se clasificaron en el quintil superior por factores de sostenibilidad superaron a las del quintil inferior en más de 25 puntos.

En los últimos 10 años, en Alterpraxis hemos trabajado en proponer a las empresas ir más allá de la regulación y la Responsabilidad social tradicional, para ofrecer estrategias de sostenibilidad amplias y de largo plazo. Es decir, modelos que sumen una comprensión de los estándares globales más exigentes, la puesta en marcha de sistemas de gobernanza y el diseño de modelos de innovación e inversión responsable, con lo cual impacten de manera efectiva en sus comunidades vecinas, motiven la participación de las y los colaboradores y protejan el medio ambiente.

Primero es importante conocer el marco normativo. Los estándares globales son un esfuerzo motivado en buena medida desde los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, pasando por los Principios del Ecuador y las Normas de desempeño socioambiental de IFC del Banco Mundial, adoptados por la banca de inversión (de desarrollo, multilateral y privada) que han permeado en muchos sectores y ganado adeptos (y no más de un detractor), hasta guías y modelos para industrias como los desarrollados por la Asociación mundial del sector del petróleo y gas para promover el desempeño medioambiental y social (Ipieca).

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Estos valores y objetivos globales no van más allá de buenos deseos si las organizaciones no generan sistemas de gobernanza corporativa que sumen la visión de largo plazo, las metas de sostenibilidad, los planes específicos y la mitigación de riesgos asociados, los cuales se suelen agrupar en los siguientes:

  • Social-comunitario: en términos de principios de buen vecino, la mitigación de los efectos negativos de operaciones e infraestructura, preservar los activos culturales y activar la participación en favor de causas locales
  • Ambiental-biodiversidad: al cuidar los ecosistemas en los que se desarrollan las actividades de las industrias
  • Laboral: al preservar los derechos individuales y colectivos, y motivar una cultura organizacional que sume a las audiencias internas
  • Seguridad: tanto en relación con los derechos humanos como de salvaguardar a las personas en su integridad física
  • Transparencia y ética: como elementos de la promoción de los valores corporativos y combate a prácticas de corrupción

Por último, los modelos de innovación e inversión que sean los motores de cambios profundos al lanzar iniciativas que consideren el uso responsable de recursos ecosistémicos, el acceso a espacios públicos, pensar soluciones a la desigualdad (de género, clase, raza), formas nuevas de organización y la creación de valor con miras a acercar los beneficios de las industrias y las inversiones globales de manera local.

En este punto clave en la historia de la humanidad, la apuesta deberá estar en identificar mejor los riesgos de corto y mediano plazo, hacer más equitativo y cercano el desarrollo a las personas, salvaguardar los ecosistemas y generar valor (económico y social) mediante la suma de la mayoría de las partes interesadas.  En definitiva, el desarrollo deberá ser incluyente o no será.

*El autor es socio de Alterpraxis, agencia de estrategia corporativa, y líder de las prácticas de Asuntos Públicos y Sostenibilidad.

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