Las imágenes de Silencio radio (2019), el segundo largometraje documental de la realizadora Juliana Fanjul (Muchachas), nos transportan a un país azotado por la violencia, donde ejercer la libertad de expresión se paga con la vida, uno en el que es igual de probable desaparecer bajo el auspicio de aquellos en el gobierno o la cruenta mano del narcotráfico. 

El personaje central del proyecto es la periodista Carmen Aristegui, uno de los rostros más reconocidos del periodismo mexicano gracias a su trabajo informativo y el de sus colaboradores, quienes en más de una ocasión han revelado la manera en que el Estado mexicano actúa con total corrupción e impunidad. Para Fanjul, el despido de Aritegui de su popular programa de radio y el asesinato del periodista Javier Valdez al norte del país no son sino dos caras de la misma moneda, ataques que buscan controlar la conversación en la arena pública. 

Sin embargo, esta idea termina por perder balance porque el documental dedica la mayor parte de su tiempo a hacer la crónica de la lucha de Carmen Aristegui por conseguir un nuevo espacio informativo y la lucha legal que mantiene con sus antiguos jefes, quienes mantienen en todas las cortes que no sufrieron presión de ningún tipo de parte del gobierno de Peña Nieto. No es a través de dicha figura –la de Carmen– que se analiza la situación del periodismo en el país y los riesgos que conlleva ejercer el oficio, sino que ésta se transforma en el único punto de interés del relato. 

Pensemos en cómo el reciente trabajo de Lech Kowalski, Hagamos todo pedazos (On va tout péter, 2019), donde el cineasta polaco sigue las vicisitudes de un grupo de trabajadores en huelga contra las automotrices más importantes de Francia nunca pierde su mirada comunitaria, la narración no abandona a los protagonistas pero sus problemas son presentados como el síntoma más notorio de una enfermedad más grande que consume la economía de los ciudadanos franceses y la de muchas otras personas alrededor del mundo: el capitalismo los ha convertido en una mercancía desechable más, se sacrificio permite al sistema seguir funcionando y éste no se va a detener por ellos.

Las imágenes de Kowalski cuestionan, incluso a sus protagonistas, mientras que las de Fanjul acompañan y, cuando encuentran su propia elocuencia (la secuencia en que uno de los reporteros de Aristegui Noticias le sigue el rastro a una casa donde se organiza cierta estafa institucional, por ejemplo), ésta se pierde cuando la voz off reduce los hallazgos de la imagen a lugares comunes de la política mexicana (“un político pobre, es un pobre político”).  

Al concentrar su atención en Carmen, la película deja de lado otro de sus detonantes: el asesinato de Javier Váldez y otros periodistas alrededor del país. Su silencio es permanente, un número más entre las estadisticas anónimas que nos ha legado la lucha contra el narcotráfico. Su destino, aun cuando es abordado de manera colateral, enmarca/significa cada uno de los fotogramas del documental.

Uno de los momentos más significativos de Silencio radio, quizás el más, llega cuando los colaboradores de Carmen son cuestionados a cuadro sobre la posibilidad de dar su vida a cambio de su trabajo periodístico, esa pausa entre la pregunta y la respuesta, acompañada por el profundo silencio de su mirada, se convierte en una sentencia lapidaria, el argumento más completo detrás del documental. Sólo un país destrozado hace posible la existencia de dicha pregunta.

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