Por Nuria Marín Reventos* El dominio de un segundo idioma mejora las oportunidades de empleabilidad de las personas y la productividad y competitividad de un país. Es así como, en Costa Rica, se tomó la decisión de ir a un sistema educativo que brindara el idioma inglés a nuestros niños y jóvenes. Dos décadas después los resultados son mixtos. Según el Índice de Dominio del Inglés como Segundo Idioma (English Proficiency Index), de la empresa Education First, Costa Rica ocupaba el primer lugar de la región centroamericana y el tercero de Latinoamérica en 2017. Esta, que pareciera una buena posición, no lo es si la comparamos a nivel de toda la muestra. Costa Rica, con un 53.13 (nivel medio) se encuentra en el lugar 35 de 80 países, muy distante de los líderes: Holanda, Dinamarca y Suecia, con niveles superiores a los 70 puntos. La región sí tiene un grave problema, pues de los 15 países latinoamericanos de la muestra, Panamá, a la que se le reconoce un avance significativo, está en la posición nueve, Guatemala en la 12 y El Salvador en la 15, en el último lugar de toda la región, con niveles de bajo o muy bajo. En Costa Rica, pese a contar con un recorrido de más de 24 años y jóvenes que reciben por 12 años la enseñanza del segundo idioma, tan sólo un 10.8% de la población manifiesta dominarlo (Encuesta Nacional de Hogares, ENAHO 2010- 2015). Se ha invertido mucho para avanzar poco y muy lentamente. Hay además un agravante: brechas por género, región y quintil de ingreso. El perfil más alto de dominio es el masculino, de entre 25 y 44 años, perteneciente al V quintil de mayor ingreso (29%), de perfil urbano (11% vs 3% rural) y en hogares con un clima educativo alto (32%). En otras palabras, el sistema educativo está sembrando semillas de desigualdad. Al revisar algunas razones que expliquen por qué el modelo no ha obtenido el éxito esperado, encontramos: número de horas por semana insuficientes (de tres a cinco lecciones de 40 minutos semanales); algunas regiones tienen enseñanza presencial, mientras que en los sitios más alejados se utiliza la radio; el nivel de los profesores es de principiantes a intermedio; y las pocas posibilidades del uso del inglés en la cotidianidad de los niños y jóvenes. Esos mismos retos fueron los que motivaron a España al lanzamiento del Programa de Educación Bilingüe español-inglés (PEB), a partir de la firma de un convenio, en 1996, entre el Ministerio de Educación Español y el British Council, cuya evaluación externa dio resultados muy positivos. Los pilares de este programa, que es impartido sólo en escuelas públicas, permiten: disminuir la brecha de las desigualdades, centrarse en crear un currículum bilingüe desde los tres años de edad, incrementar significativamente (40%) el tiempo lectivo durante el cual se aprende en la lengua adicional e incentivar y apoyar a los docentes involucrados. Para ello se crearon las figuras de asesores lingüísticos —cuya única labor es apoyar a los docentes a mejorar su nivel de inglés—, así como la de docentes supernumerarios idealmente nativos en el idioma inglés o nivel equivalente de inglés certificado, que apoyan a un nivel más alto. Para lograr ese 40%, además del inglés como materia, se imparten otras disciplinas en esa lengua, con el objetivo de aprender el idioma por medio de diversas asignaturas dentro del currículo y poder desarrollar habilidades usándolo como vehículo. Otros objetivos fueron la sensibilización de los alumnos sobre las diversas culturas, facilitar el intercambio de profesores y alumnos, la promoción de nuevas tecnologías para el aprendizaje de lenguas extranjeras y fomentar la certificación de estudios en dos sistemas educativos: el español y el británico. Contamos en el hemisferio con diferentes países angloparlantes y otros de lenguas maternas como el portugués, el francés y el holandés, con quienes podríamos realizar alianzas estratégicas e incorporar buenas prácticas de varias naciones que han demostrado ser casos de éxito. ¡Atrevámonos a avanzar más aceleradamente! *Empresaria y analista.   Contacto: Twitter: @nuria_marinr Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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