Más de uno daría lo que fuera por acceder a la utopía en la que las condiciones de vida se mantuvieran estáticas y con esto, por fin viviera libre de problemas.

Pero es imposible acceder a esto. No solo la naturaleza de la realidad es incompatible con tal posibilidad, sino que se congelaría el sentido de progreso o el avance en cualquier aspecto imaginable. 

¿Nos comunicamos más? 

Para ilustrarlo, pensemos en la comunicación. Hace 15 años la profundidad en la información que existía en una reunión daba lugar a interesarse genuinamente en los temas ahí vertidos. Hoy, los que están del otro lado de las pantallas parecen ser más importantes que los que están en frente. 

Conforme vamos accediendo a más fuentes de información, la ilusión de pretender conectar en simultáneo nos ha hecho pensar que somos más ágiles y eficientes, cuando está probado que sucede lo contrario. 

Pero la multitarea no es la principal responsable de este deterioro social, hemos sido omisos al consentir y alimentar un descontrolado individualismo nutrido por la pantalla.

Y tampoco son los dispositivos, los responsables de las consecuencias del autoexilio, llevamos años perfeccionando el ostracismo con audífonos, tabletas y cascos de realidad virtual. ¿Por qué nos abandonamos con tal facilidad de lo que tenemos a la vista?

De la utopía a la protopía 

Una de las promesas de la tecnología fue que tendríamos mayor tiempo libre y con él, mayor calidad de vida. No ha sido así y prueba de ello es la erosión en la profundidad que hay en las relaciones actuales a cambio de unos cuantos likes

Pero la utopía de un mundo estático tampoco puede mantenerse libre de evolución. No son pocos los estudiosos del futuro que anticipan una protopía, esto es, una mejora de la realidad, así sea a cuentagotas.  

En una protopía los avances pueden ser mínimos o imperceptibles, incluso llegan a detonar problemas subsidiarios que distraen los mayúsculos beneficios que persiguen. 

Por eso la tecnología no puede considerarse un ente estático. Es la expresión de la curiosidad humana y de la búsqueda por trascender las limitaciones que lo privan de una siguiente generación que viva mejor en todos los sentidos. Ya eso tendríamos que llamarle “progreso”.

Me gusta entenderlo como el estado en el que todo se encuentra en fase de desarrollo. Todos somos Beta, o por lo menos, nos asumimos en dicho estado. Viéndolo así, en pocos años difícilmente se hablará de expertos en algo, por lo que la consecución de un nuevo sentido de humildad antecederá la posibilidad de una era orientada bajo el eje del altruismo.

El valor de saber inacabada la tecnología hace que el estudio de los microcircuitos haya dado lugar a las computadoras, estas a internet y las redes a la inteligencia artificial. El futuro, pues, se pavimenta con un estricto sentido de propósito.

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Artífices de la inteligencia

Su nombre asusta. Parece apropiarse de algo intrínsecamente humano, pero la inteligencia remite a interligar (intelligare), a asociar y esa tarea la hace muy bien las máquinas. De hecho, mejor que nosotros.

Pero no usamos la inteligencia para cederla a robots que se apropian de la nuestra. La sabiduría es intransferible a una máquina por tratarse de un sistema en el que se discriminan las acciones y pensamientos de acuerdo con los valores que nos confirman como humanos. 

Entrelazar y adecuar esta sabiduría con la inteligencia logra dotar a objetos de un poder cognitivo. Y de eso trata la inteligencia artificial, de convertir a objetos “listos” que antes no lo eran. 

El futuro como oportunidad

El trabajo conjunto entre una realidad con inteligencia artificial y la claridad humana será el que produzca mayores resultados, como está empezando a ser el campo de la medicina y el uso de software especializado para el diagnóstico microespecífico. 

De nada sirve pensar en el futuro con un panorama derrotista. El contexto es complejo y sobran argumentos para levantar las cejas, pero sobran argumentos para pensar que nos las ingeniaremos para encontrar soluciones a lo que ahora quita el sueño. 

Una vez que aprendamos a delegar las tareas que las máquinas pueden hacer mejor que nosotros podremos enfocar la atención en lo que ellas están impedidas —como el pensamiento intuitivo y la madurez emocional— para eventualmente fusionar ambas inteligencias en un ente llamado “La Fuerza del Comienzo”, con la que cambiaríamos de era.

Esta fuerza está presente hoy, no solo en la inteligencia artificial, en edge computing y en las realidades híbridas (virtual y aumentada), también en la claridad y el sentido de propósito personal y colectivo. Juntas, estas fuerzas, son las artífices que están diseñando el futuro en este preciso momento.

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Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

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