La luz natural que entra por el domo de vidrio se mezcla entre las columnas, los tonos albos, los arcos y pisos de cantera, crea un ambiente natural, fresco y acogedor. Los procesos ancestrales de la pintura con carbón, cal y barro molido han dado a los techos un acabado admirable. Ahí, en medio del patio central del Hotel Sin Nombre, el tiempo y el bullicio se desvanecen.
La casa colonial del siglo XVII refleja un esplendor inigualable, a tono con la riqueza de uno de los destinos más reconocidos de México: Oaxaca. La propiedad hace gala de elementos arquitectónicos originales, como su escalinata central, en donde se alza un muro cobijado por un tapete originario de Teotitlán del Valle, creado por el artesano Rey David, especialmente para el espacio.
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El hotel boutique permite descubrir detalles únicos en cada rincón. Sus habitaciones fueron decoradas con piezas antiguas y muebles de maderas tropicales creados en aserraderos certificados. Los textiles en tonos níveos crean el contraste ideal con los coloridos pies de cama que han sido bordados a mano por maestros artesanos. El amor al legado creativo se expresa por doquier, al igual que el talento local moderno.
Al recorrer los pasillos o entrar a la habitación se puede admirar el trabajo del fotógrafo Alberto Ibáñez: desnudos en blanco y negro que añaden un toque original, lo mismo que el Chimalli Yanhuitlán en neón del artista juchiteco Sabino Guisu.
La terraza permite apreciar las vistas panorámicas que se extienden en el horizonte hasta el majestuoso Monte Albán… y refresca el espíritu al resguardo de su piscina. Desde aquí, cada atardecer parece colorear las cúpulas de Santo Domingo y la Catedral.
En Oaxaca, los mejores productos brotan a destajo. La fertilidad de su tierra y la herencia culinaria de diversas comunidades de la región se manifiestan en el Restaurante Sin Nombre, con una versátil propuesta gastronómica creada por el chef Israel Loyola.
En su cocina se preparan platillos veganos con ingredientes de temporada, provenientes de cultivos orgánicos. Todo persigue el propósito de respetar los ciclos de la cosecha, parte de esa propuesta que fusiona la tradición con la vanguardia. El menú se renueva cada tres meses, ofreciendo siempre una nueva y apetitosa experiencia.
Adentrarse en la atmósfera del Hotel Sin Nombre es testificar la unión entre el lujo, el arte y la tradición en una propiedad que ha vuelto a la vida tras una respetuosa restauración liderada por el arquitecto João Boto Caeiro.
Artículo originalmente publicado en la edición print de Forbes México. Abril 2021.
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