El ego es el cimiento de la personalidad: modela al individuo, lo construye. Sin embargo, cuando además de ello lo define, es decir, cuando traspasa, como dice Irene López Assor, “la frontera de lo lógico y aceptable para vivir en convivencia con los demás”, puede considerarse fuera de control. Cuenta una fábula budista que un joven se propuso ser ordenado monje, pero, para lograrlo, debía deshacerse de su ego.

Su mentor, al ver que no entendía, ideó una competencia: los concursantes debían meditar y el que mejor lo hiciera obtendría un helado en recompensa. Pensando únicamente en ser mejor que los otros y en obtener el premio, el joven fue incapaz de concentrarse en la tarea. Al terminar, el mentor reveló que todos, menos uno, se habían desempeñado satisfactoriamente. El joven, sintiéndose aludido, preguntó de inmediato cómo fue que sabía de su mal desempeño. El maestro contestó que lo ignoraba pero que, al delatarse, revelaba también el dominio que el ego mantenía sobre él. 

Aleccionado, el joven comprendió que la humildad era la única senda hacia sus objetivos y que pensar en ellos de una forma egoísta e insistente solo los alejaba, ya que la competencia sin sentido era pura soberbia y no conducía a nada.

En el mundo empresarial, los líderes a menudo caen en una trampa idéntica. El poder o el deseo de destacar en todo y sobre todos puede desviar sus metas, objtivos e incluso sabotear su liderazgo. Quizá por ello, junto a ventajas como una mente ávida o la capacidad de tomar riesgos, el ego desmedido representa un gran predicamento. Y es que, como bien dice Michael Maccoby, los desafíos que enfrentan las organizaciones regidas por personas soberbias no son ya únicamente los riesgos de ordinario, sino que se les suma otro más peligroso: “Garantizar que esos líderes no se autodestruyan ni lleven a la empresa al desastre”. La confianza en sí mismo y en sus habilidades será el mejor aliado de un gran líder siempre que no le ciegue o degenere en el culto excesivo a su persona. Cuando el ego se impone a todo lo demás es como si se abriera una grieta expansiva que comienza causando daños estructurales y que tarde o temprano termina en el colapso.

El artículo anterior de Mario Rizo Rivas: Haz de la evaluación y mejora continua parte de la identidad de tu empresa familiar

Esta situación se vuelve más dañina cuando la trasladamos al entorno de empresas familiares. Por ello, me parece crucial aprender cómo tomar medidas para salvaguardar el patrimonio y la continuidad del negocio. Además de estrategias como contar con un consejo de administración con consejeros independientes expertos en su área y objetivos, o el establecimiento de roles no basados en lazos familiares, pero sí en competencias y aptitudes individuales, un factor vital sería contrarrestar la presencia del ego mediante un liderazgo basado en la humildad y que, a su vez, fomente una cultura de respeto escucha activa y trabajo en equipo. 

De esta manera, se garantiza una visión neutral y equilibrada que atiende los criterios y aportes de los otros, generando un ambiente colaborativo y sin barreras jerárquicas. Sin embargo, ya que un enfoque así depende de aceptar que la grandeza no radica en el individualismo sino en la fuerza de una comunidad enfocada en un objetivo común, el paso decisivo está en el desarrollo de una inteligencia emocional que, al dominarlo, pueda hallar en el ego un beneficio.

Pero ¿cómo lograrlo? Poca literatura empresarial, insiste Maccoby, ofrece soluciones para “evitar las trampas” del ego desmedido. Por otra parte, el escaso interés de los involucrados por autoanalizarse es el mayor obstáculo por vencer. La terapia siempre es efectiva y es un camino viable y rico en resultados. 

Otro pequeño paso pudiera consistir en pensar el legado familiar como una casa: una extensión de uno mismo que, para mantenerse estable y ordenada, requiere del trabajo colectivo, y donde los cuidados, siendo para uno mismo, son también para el otro. A fin de cuentas, un hogar sólido, lo mismo que una empresa, requiere una guía firme pero disciplinada. Un líder verdadero, igual que Zaratustra, debe rogar, por ello, que su orgullo “camine siempre junto a su inteligencia”. Solo de esa manera dará a su patrimonio la fuerza suficiente para encarar temblores y para asegurar un legado continuo. “Cada vez que escalo soy perseguido por un perro llamado ego”. Friedrich Nietzsche 

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