Nos han dicho que el proceso de toma de decisiones es una secuencia cíclica de acciones llevadas a cabo con el fin de elegir entre una serie de opciones. Nos enseñan que escogemos con el propósito de resolver los problemas de la organización, de un proyecto, algo personal e incluye el análisis de la situación, la generación de alternativas, la toma de alternativas y la organización de su aplicación. Lo que no nos dicen es que no hay certezas, que la certidumbre no está invitada al evento y que sí o sí vamos a enfrentar cierto grado de riesgo: de eso no hay escapatoria. No obstante, tenemos la ilusión del gran contentamiento, de esa certeza de que algo nos indicará que vamos por el camino correcto y que lograremos todo lo que nos propongamos. Esa ilusión es una fantasía y mientras más pronto lo entendamos, mejor.

La ilusión del gran contentamiento es esa experiencia en la que, frente a las opciones, hay una que se siente como la correcta, la indispensable, el camino magnífico. Es como si la opción adecuada nos estuviera hablando justo a nosotros y desde ya supiéramos que esa será la mejor alternativa. Hay quienes la denominan: la experiencia del reconocimiento. Es decir, es algo así como mostrarse conforme de antemano y feliz de la vida con la opción por tener la certeza de que nos llevará al destino deseado. En realidad, son pocas las ocasiones en las que podemos contar con esa sensación. Por lo general, las personas al tomar una decisión, dudamos, tenemos nuestras vacilaciones, titubeamos y somos escépticos. 

Evidentemente, en el rango que se dibuja entre la certeza y la incertidumbre, los extremos son raros en la realidad y contraproducentes en la mayoría de los casos. El que se deja ir únicamente por el instinto al decidir como el que duda hasta de su sombra puede terminar muy lejos de la meta que se planteó. Por un lado, la ingenuidad no es buena consejera, como tampoco lo es la indecisión. El que no se atreve a elegir verá cómo se le agotan las opciones y el que se lanza sin justipreciar podría estar dejando de ver una mejor alternativa. El problema es que quisiéramos contar con esa certeza del gran contentamiento, en la que sentimos que vamos sobre los lomos de un caballo de hacienda directo al éxito. Quisiéramos que fuera así de fácil y no lo es.

¿Cómo decide la gente exitosa?, ¿Cómo concluir cuál es la opción adecuada? El mejor consejo es el siguiente: determinar parámetros a los que no estamos dispuestos a renunciar. Cada toma de decisiones tiene sus propios elementos que estarán determinados por las circunstancias, los requisitos de mercado, legales, sociales, de conveniencia, históricos y, sobre todo, las conveniencias personales. Lo más frecuente al tomar decisiones es que no tengamos ese gran contentamiento que nos indica cual es el rumbo correcto y que nos ahorra la angustia del riesgo y la incertidumbre de llegar a buen puerto.

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Para tomar buenas decisiones necesitamos determinar cuáles son esos elementos irrenunciables, esas características con las que no podemos negociar, ese abecé que si falta el resultado estaría incompleto. Algunos los denominan como motivadores o gatillos de decisión y pueden ser positivos o negativos. Los motivadores positivos son muy fáciles de identificar. Son impulsores que nos llevan a tomar decisiones en forma fácil ya que la conveniencia es evidente: cuando algo es más barato, cuando algo tiene mejor calidad, cuando es más accesible, cuando nos gusta más, cuando nos genera más utilidades. 

Asimismo, existen los gatillos negativos, aquellos que son como una medicina amarga que no nos gusta tomar pero que lo hacemos porque entendemos que la incomodidad inmediata se convertirá en un gran beneficio en el futuro. Por esa razón, pagamos impuestos, nos ponemos a dieta o accedemos a cierta incomodidad. En ambas opciones, está la gran ilusión del contentamiento: compro algo de menor precio porque creo que voy a ahorrar; me someto a un plan de dieta porque quiero conquistar un grado más alto de salud. Y digo que hay ilusión porque, aunque los beneficios sean evidentes, tienen un riesgo implícito.

Luego están las decisiones cuyas alternativas son todas ellas poco atractivas. Esos caminos que se dividen y uno es tenebroso y el otro da miedo, uno es terrible y el otro es de horror. Recientemente, una lectora me platicaba sobre las pésimas condiciones laborales en las que se encontraba: los horarios eran extendidos, la carga era muy pesada y la jefa era una pesadilla. Cualquiera pensaría que la mejor opción sería renunciar o buscar otro trabajo: huir de ahí. No obstante, ella misma reconocía lo difícil que le resultaría encontrar otro empleo, ser contratada rápido para no perder ingresos, perder su prima de antigüedad, vacaciones y un largo etcétera. No. No siempre es sencillo decidir irse con melón o con sandía.

No lo es y es mejor saberlo. La ilusión del gran contentamiento es muy rara, se da en pocas ocasiones; por lo general, titubeamos y sentimos temor de elegir mal. En esas situaciones, lo mejor es tomar aire, detenernos y analizar cuáles son esas características a las que no podemos renunciar, cuáles son esos elementos que no pueden faltar, que requisitos han de estar presentes. Es una lista de cotejo a la que nos conviene serle fiel. Mientras más específicos seamos, mejor.

Así, nos evitaremos muchas desilusiones. Basta ponernos a pensar en cuántos proyectos que aparentemente eran perfectos y cuyos dueños prefirieron desecharlos o cuántos de ellos podrían pasar como fracasos absolutos y siguen operando pese a todo. La razón es sencilla, los líderes de esos proyectos saben qué características son irrenunciables. Para unos es el margen de utilidad, para otros es el reconocimiento, para muchos es la satisfacción, cada cual tiene los propios. Lo más seguro es que la mayoría hayan prescindido de esa ilusión del gran contentamiento.

Más allá de cualquier elección, tomar decisiones requiere de un proceso de selección. Es muy difícil que la vida nos de señales de certidumbre y nos indique con toda claridad cuál es la mejor opción. Por ello, más que ilusionarnos con que lo correcto nos hará cosquillitas en el estómago, más que empeñarnos en que frente a la alternativa adecuada, habrá un reconocimiento inmediato, hay que concentrarnos en nuestras listas de requisitos irrenunciables y con ellos claros: decidir.

Suscríbete a Forbes México

Contacto:

Correo[email protected]

Twitter: @CecyDuranMena

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

Siguientes artículos

cambio climático
Inteligencia Artificial VS Cambio Climático
Por

La IA podría ser una herramienta muy útil en la mayor cruzada para aligerar los efectos de un desastre climático.