Se han planteado diversas ideas sobre cómo será la “nueva normalidad” una vez que la pandemia del Covid-19 amaine y permita regresar a las actividades productivas, de entretenimiento, etc. Sin embargo, se ha dicho que lo que ocurrirá después de esta experiencia, será distinto a lo que conocíamos hasta finales de 2019 e, incluso, se estarían configurando nuevos patrones de comportamiento colectivo.

En realidad, es muy probable que no haya tal cosa como una condición nueva, que nos haga ver la vida de manera distinta a como la vemos y practicamos hasta hace unos meses. 

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Más bien lo que es previsible que ocurra, es que tendencias que se habían generado en los últimos años, se intensifiquen más y sean características de la era en que estamos viviendo y que, entonces si, puedan replantearse de manera más seria, estructuras sociales que, hasta ahora, son características del Estado moderno. 

En el contexto de la hipermodernidad, como la llama Gilles Lipovetsky, los referentes que dan funcionalidad al contexto social cambian, para profundizar un conjunto de condiciones que van apareciendo como parte de la sociedad.

El narcisismo colectivo cuyo referente es la selfie que se viraliza a partir de las redes sociales y que resalta la individualidad colectivizada, pero que se frivoliza por la aparición de otras selfies o videos de Tik Tok, en una competencia por ver quien ocupa el espacio efímero de la fama, que reivindica, pero al mismo tiempo profundiza como nunca antes, la individualidad que dio sentido y existencia al Estado moderno, pero que ahora niega la posibilidad de existencia de ese Estado. 

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En esta experiencia de pandemia, se ha planteado la fragilidad del individuo ante el ambiente en que se vive, pero también las capacidades de dichas personas por adaptarse a una condición de vida distinta. La reapertura, ha dejado ver que lejos de modificar las prácticas cotidianas, se ha buscado regresar a ellas, como si nada hubiera pasado.

Las filas en los bancos, en los mercados, en los centros comerciales semi abiertos, etc., en pleno semáforo en rojo, pero ante una falsa expectativa de reapertura promovida por el ejecutivo federal, dejan ver que la época post Covid-19 no va a ser tan distinta a como se ha planteado.

Además de los cubrebocas, gel sanitizante y caretas, todos de uso individual, las compras en línea para algunos grupos sociales, la educación a través de vías alternativas y el home office, muestran la intensificación de la condición hipermoderna, reivindicando la naturaleza aspiracional del ser humano, en un contexto donde la defensa de la individualidad va a niveles que antes no se habían explorado.

Ante ello, actores populistas reivindican lo colectivo, como el contagio de rebaño, o el humanismo como una reacción a la condición individual, buscando reconstruir los referentes de la modernidad que, las personas pre millenials añoran. 

De esta forma, modernidad e hipermodernidad no son iguales, apelan a valores diferenciados que profundizan la brecha entre generaciones. Así, podemos ver una intensificación de lo ya existente, donde la frivolidad se expresa como una salida ante la imposibilidad del control de la realidad, como era la promesa de lo moderno, pero también como una condición ante la que el consumo y el entretenimiento permanente, absorben la mayor parte de la vida de las personas, generando una ansiedad que se colectiviza y se expresa en violencia, estrés y conflicto de baja intensidad. 

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LinkedIn: Gustavo Lopez Montiel

Twitter: @aglopezm

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