¿Cuántos líderes de empresas familiares han preguntado a sus empleados o a sus proveedores lo que piensan del trato que reciben de su organización? ¿Cuántas organizaciones preguntan regularmente a sus colaboradores acerca de su salud física, sobre su percepción del estrés, sobre sus preocupaciones familiares o económicas? En nuestro contexto, estas interrogantes pueden parecer impensables: el mundo de los negocios sigue con la mira puesta en la rentabilidad de un negocio y no se ocupa de cuestiones de este tipo.

Vivimos en un mundo donde el entorno laboral parece alienar a todos quienes forman parte de él: renunciamos a nuestra identidad, valores y emociones, como si nuestro empleo no fuera parte de cada uno de esos aspectos y solo fuéramos una máquina que debe entregar ciertos números, ciertos resultados, cierto rendimiento. Para entender parte de ese círculo vicioso, revisemos el siguiente relato de la tradición china que leí hace algunos años:

Se cuenta que en una lejana montaña en China vivía una mujer conocida como la madre Wang. Ella se ganaba la vida vendiendo vino y cerveza que ella hacía con sus propias manos. A su negocio acudía frecuentemente un monje taoísta, a quien, por respeto, la madre Wang no cobraba lo que consumía. El monje estaba muy agradecido por la cortesía de la mujer y un día le dijo: “No tengo dinero, pero quiero agradecer tus atenciones de una manera especial: cavaré un pozo para ti”. El monje cumplió su palabra con creces: de aquel pozo brotaba un vino de excelente calidad. De esta manera, la madre Wang pudo dejar de trabajar y ganó una gran fortuna. Luego de algunos años el monje regresó al lugar y preguntó a la mujer: “¿Era bueno el vino?”. Ella respondió: “Sí, es excelente, pero no ha sido suficiente. Antes daba a mis animales los restos de la fruta con que preparaba el vino y ahora debo gastar en alimentarlos”. El monje se sorprendió ante tal respuesta: para la mujer no había sido suficiente aquel regalo y, lejos de mostrar agradecimiento, se percibía ambición en sus palabras. El sabio no dijo nada a la madre Wang, pero al irse del lugar escribió en la pared: “El vino ha traído riqueza a esta casa, pero no ha sido suficiente”. El monje jamás volvió al lugar y del pozo, desde entonces, solo brota agua.

La historia nos muestra cómo la ambición puede alterar nuestra noción de la realidad, haciéndonos olvidar, incluso, valores trascendentales como el respeto y la gratitud. En el contexto de los negocios no es poco común llegar a estos niveles de egoísmo. Se ha utilizado el concepto de capitalismo salvaje para designar una cultura financiera que se olvida del ser humano y pone sus miras únicamente en los resultados, dejando de lado ámbitos indispensables en los negocios como la ética, el humanismo o los valores. Invito a los líderes de organizaciones familiares a reflexionar si su empresa incurre en alguna conducta que puede generar un ambiente tóxico dentro de su compañía.

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¿La empresa es el centro del universo?

El término capitalismo salvaje se utiliza para designar una serie de prácticas empresariales donde el objetivo principal es conseguir la rentabilidad, sin importar las consecuencias sociales, culturales, económicas que ello pueda acarrear. Los ejemplos más claros de esta especie de modelo económico son las empresas multinacionales que han sido constantemente cuestionadas por su egoísmo: no respetan los derechos de los trabajadores, se creen capaces de estar por encima de las leyes, su productividad afecta de forma clara al medio ambiente; en pocas palabras, se trata de un capitalismo que siempre encuentra la forma de ganar.

Este modelo económico ha logrado trascender más allá de las grandes empresas y sus prácticas desleales y egoístas han sido adoptadas por organizaciones pequeñas, medianas, de reciente creación que ven, en dicho modelo, la manera de sobrevivir en un mercado que solo busca la competencia.

Ante tal postura, considero que cada organización debe cuestionarse si su filosofía empresarial, si sus valores como familia y empresa se basan exclusivamente en lo económico o si, por el contrario, toman en cuenta el factor que es el punto de partida del mundo económico y de toda nuestra sociedad: el aspecto humano. Nuevas propuestas como la del capitalismo consciente, han mostrado que se puede alcanzar una rentabilidad incluso mejor a través de prácticas que tomen en cuenta a toda la cadena de valor, es decir, un modelo donde los accionistas no son los únicos beneficiados, sino que la riqueza y el bienestar se comparten de una manera mucho más clara y justa.

La inmediatez tiene un precio

La rentabilidad que busca el capitalismo salvaje se basa en conseguir la mayor ganancia en el menor plazo y esta postura tiene consecuencias. Al pensar solo en el beneficio de los accionistas, se exige un sacrificio económico de todos los otros implicados: los colaboradores tienen salarios menos justos, tienen jornadas de trabajo más extensas, laboran en un ambiente de total exigencia donde no hay tiempo para pensar en sí mismos.

Por otra parte, se tienen prácticas de presión hacia los proveedores para conseguir mejores precios. Las organizaciones suelen dejar de lado el aspecto de sustentabilidad ambiental porque consideran que podría generarles mayores gastos, es decir, no les importa nada de lo que hay en su entorno.

De esta manera puede entenderse por qué a esta metodología se le llama salvaje y las consecuencias son tangibles en nuestro entorno: desigualdad, división de clases sociales, afectaciones a la salud de las personas, altos niveles de estrés a nivel no solo personal sino social, incluso el cuestionamiento a los valores más importantes del ser humano. Es indispensable que los líderes de una organización se pregunten con franqueza si existen prácticas de este tipo dentro de su forma de trabajo. En nuestra época, una empresa que realmente aspire a trascender debe poner sus miras más allá del beneficio económico y considerar el bienestar común como parte de su visión empresarial.

Más allá del egoísmo

Puede pensarse que los líderes de una organización familiar están ante un dilema: seguir las prácticas salvajes de la economía actual o ver a su empresa desaparecer por no competir en este tipo de mercado. Pero la realidad es otra: el trabajo ético y responsable dentro de una compañía también puede ser rentable.

El trabajo cooperativo siempre producirá mejores ganancias que el de un entorno donde hay conflictos. Si se llega a acuerdos respetuosos y justos con proveedores y trabajadores, una organización obtendrá un compromiso que redundará en mucho mejores resultados de productividad. De esta manera, se piensa no solo en un crecimiento inmediato y tal vez irrepetible, sino en un desarrollo integral de accionistas, colaboradores y la comunidad en general que rodea a la empresa.

Por supuesto, un cambio de esta magnitud no puede construirse de la noche a la mañana. Implica, más bien, alinear el trabajo de una organización en el largo plazo, haciendo del bienestar común un sello de identidad para el trabajo día a día. 

Una empresa familiar debe conocer claramente los valores que la identifican y, además, el liderazgo tiene la tarea fundamental de analizar si esos valores son llevados realmente a la práctica. Este es un buen punto de partida para evitar un ambiente tóxico dentro de nuestra organización. “Necesitamos líderes que se preocupen de las personas, y no que estén pendientes sólo de su poder y de su riqueza” Rajendra Sisodia

Contacto:

Twitter: @mariorizofiscal

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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