Como un país atiborrado de contrastes, complejidades, anacronismos, sincretismos y desavenencias, México suena a un chorizo interminable de cosas; colores múltiples, texturas varias, intenciones sobradas, sabores y caos orquestados ocurriendo de forma simultánea. Sin meternos en esa hondura de los sonidos naturales, los ruidos o las texturas que emanan dentro del territorio nacional, si aterrizamos en la música que se hace, difunde, escucha, baila y se comercia en México, encontraremos un eslabón importante que muchas veces cuenta las versiones más minuciosas y particulares del país, mejor que ningún otro registro. Ese guardar en la memoria todas esas músicas es un menester para conocer a detalle nuestra propia historia. Lamentablemente, en este orden de cosas, el libro visto como patrimonio clave para conservar la memoria colectiva parece estar cada vez más en desuso. La historia musical de México está llena de agujeros, baches, imprecisiones, dedazos, discontinuidades o francos errores, los cuales se mezclan en un combo desafortunado con la impericia, el desinterés o la insensibilidad, mismos que detonan un olvido más o menos constante. Cierto, hay muchos libros que hablan de la vasta tradición musical de México, de su riqueza y variedad que dan cuenta de quiénes hemos sido a través de la expresión sonora, sin embargo, esos textos se encuentran prácticamente olvidados, lejos de la mano de un público mayoritario, y la promoción incluso del público al que más le debería interesar se queda en el efecto nulo. Esos sendos tratados son difíciles de conseguir en su mayoría, están descontinuados, algunos son abiertamente abigarrados en su rigor académico, y otros están dotados de una parcialidad brutal, etc.
Los años pasan y resulta irónico que hoy en día exista un nutrido número de conciertos y todo vaya al registro de medios digitales especializados, y que a su vez no existan libros de consulta o compendios críticos importantes que nos ayuden a desmenuzar toda esa información, en donde están ocurriendo cosas importantes a nivel histórico y cultural. Sí, hay registros, pero aún muy desperdigados, descabezado y muchas veces carentes de rigor. Hoy, por ejemplo, haría falta un compendio pormenorizado, de largo aliento, sobre la cumbia en México, el fenómeno de la salsa o el hi-energy en los barrios populares de la ciudad, algo que trascienda el mero almanaque de tianguis, el breviario que financió Conaculta, el artículo periodístico de color o el reportaje del mes. Estamos hablando de una necesidad particular para difundir y promover un registro estudiado, profundo y sólido, de toda la memoria musical de México, en donde la música de cámara se encuentre en su registro cronológico pertinente para ser consultado, al igual que lo que está ocurriendo en la vida electrónica bailable de la Ciudad de México, Tijuana o Monterrey. Nuevos corridos, el bolero de arrabal, qué discos, qué artistas. México tiene un instituto responsable de preservar esa memoria sonora (la Fonoteca nacional), sin embargo, la consulta constante, la curiosidad de los músicos, investigadores, periodistas y gente adepta al tema detonan diálogos enriquecedores que pronto habrían de arrojar información valiosa sobre las identidades que dan forma al México contemporáneo, uno que por cierto ya no se entiende sin internet, que descree en muchos sentidos de los símbolos, instituciones y valores de años pasados, de meses pasados…un entendimiento de un país mismo, fuera de la academia y la institución, mediante la escucha y la conciencia de su tradición sonora, ya sea está enmarcada en la cultura del vinil, la influencia roquera gringa, o la ranchera más agreste.
El desconocimiento de nuestra historia detona una desfragmentación social notable, divide; alimenta un desentendimiento de nosotros mismos. Históricamente, la música muchas veces ha unido, sumado, dado forma a lo que es un batiburrillo sin ley, ha fungido como pegamento, atrae, congrega. Es ahí donde podemos encontrarnos de una forma más franca y accesible, tal vez. Pero habría que echar un vistazo primero a esas lecturas que se activan y confluyen dentro del mapa musical de México. Esta lista de nueve textos funciona como un primer acercamiento importante no académico, pero sí serio o riguroso en su investigación primigenia, para poder darnos un trazado inicial sobre la música mexicana, entendiéndose ésta en todas sus expresiones y variantes. En esta lista no todos los libros comparten la misma trascendencia histórica, calidad o articulación expositiva, sin embargo, todo aportan a que el conocimiento de la tradición musical mexicana se dé de una forma más amable, que, ante un mamotreto de universidad, empolvado, al que se accede sólo cuando hay que investigar como especialista.
A estas alturas, se volvería necesario que ya se estén planeando libros de peso sobre el narcocorrido, el sonido alterado, o de las escenas subterráneas de techno, experimentación y sus variantes en nuestro país, o qué dicen de un estudio más pensado y riguroso sobre el rap mexicano, así como un registro sobre los recientes cruzamientos sonoros entre tradición y una contemporaneidad cada vez más parchada y compleja. Estos libros, insisto, son un buen punto de partida.
  1. La música en México. Panorama del siglo XX, Aurelio Tello, coordinador (FCE, 2010). Este es quizás el compendio sintetizado más serio y detallado a la fecha. Texto de consulta que contiene una relatoría breve sobre la música de los primeros pueblos, los pioneros liricistas mexicanos, la incursión de la ópera, así como la música de la conquista, las vanguardias, el jazz, el rock, e incluso el mariachi y un apartado exclusivo para la canción yucateca, este libro se deja leer como curioso o estudioso en la materia. Y como todo buen libro, funciona mucho sobre todo para incursionar en otras lecturas o detonar nuestra curiosidad al respecto.
  1. Historia de la música popular mexicana, Yolanda Moreno Rivas (Océano,1979). Pese a que es un texto con muchos agujeros, estructuras narrativas anquilosadas en pro de la nostalgia o sin un rigor mayor, este texto es un punto de partida sano para conocer la música popular mexicana, desde el bolero hasta el corrido, sus génesis sociohistóricas, así como sus influencias musicales extranjeras más arraigadas. Las conquistas y migraciones han influenciado fuertemente la música mexicana, y, sin embargo, hay algo que sigue impregnando, un estilo, un sello, algo. Un lenguaje que habla de nosotros con una precisión abrumadora.
  1. Introducción a la música mexicana del siglo XX, Dan Malström (FCE, 1977). Texto ideal para conocer la música contemporánea mexicana, la tradición culta y clásica, las vanguardias, los serialismos o los albores de la electrónica mexicana. Un intento que pudo decantar en una tradición robusta de textos que alimentaran la curiosidad de un sector mayor de escuchas atentos con ganas de algo más que sólo las frecuencias vernáculas.
  1. Variación de Voltaje, Carlos Prieto Acevedo (Deleátur, 2013). Mediante el valor del testimonio como arma principal, Carlos Prieto dio un primer paso importante para trazar un mapa sólido sobre la tradición electrónica mexicana, a través de la voz de sus autores. El resultado es una maravilla que nos deja con ganas de más, un libro importante como pocos que sirve para entender esa parte de la música mexicana. Un libro que puede servir de pauta o inspiración para trabajos venideros que sean importantes para la memoria sonora, ya sea sobre el ska o el reggae local, o acerca de los experimentadores de bajas frecuencias en el norte del país.
  1. El Jazz en México. Datos para esta historia, Alain Derbez (FCE, 2001). Ya ha habido otros intentos por contar la historia del jazz mexicano, una de las más extensas, variopintas y polémicas. Pero más allá de los atlas o los catálogos exhaustivos, el libro de Derbez, publicado originalmente en 1994 pero en una versión más sucinta, sirve para comprender mejor muchos de los vínculos de la música mexicana con su condición de conquistado, dominado o avecindado al lado del poderoso. El jazz mexicano es de ricos y de pobres, se ha entendido desde la academia y desde la calle, se vive en el bar aspiracional o en la sala de conciertos, desde la discrepancia y la libertad, hasta el estudio sesudo o el virtuosismo. Un texto esencial para entrarle al tema hasta mediados de los noventa. Urge que alguien continúe contando esta historia que sigue sonando.
  1. Guaraches de ante azul, Federico Arana (María Enea, 1985). Federico Arana quizás no sea una pluma extenuante en confeccionar un texto serio sobre el tema, ni creo que haya sido su intención al contar la historia del rock mexicano. El ex integrante del grupo Naftalina, roquero y escritor, confecciona en este libro de largo aliento, actualizado, parchado y ajado, un breviario sobre el rock nacional desde sus inicios y hasta donde la agilidad y presupuesto de Arana han dado, de una forma además muy cotorra y cábula, muy a la José Agustín, aunque sin el músculo escritural de aquel. Hoy en día parece que el rock regresó a su origen de gregario, malinchista, aburguesado e inocente en el que se gestó en sus albores mexicanos. Cada vez menos se comprende al género como un sino libertario, contestatario e identitario juvenil. Incluso la palabra juvenil ha dejado de serlo. Pero, por fortuna, hay otras cosas ocurriendo actualmente a nivel musical que sirven como ese escape. ¿Cómo comprenderlas en su justa medida? Tal vez entendiendo al rock como el “aquello de aquel entonces” sea un buen punto de partida.
  1. El otro rock mexicano, David Cortés (Times Editores, 1999). Un disco que muchos quieren pero que muy pocos poseen. Cortés se dedicó a registrar el rock oposición, psicodélico y progresivo más corrosivo de México, ese que dio sus mejores frutos en la segunda mitad de los setenta y buena parte de los ochenta. Un texto esencial para comprender una vertiente musical de la que se habla muy poco pero que posee una mística y un arraigo importante. Texto exhaustivo, pensado e indispensable que ya merece ser reeditado, catalogado y preservado para su consulta constante (por favor).
  1. 100 discos esenciales del rock mexicano, David Cortés y Alejandro González Castillo, coordinadores (Tomo, 2012). Un disco que siempre había hecho falta de alguna manera y que resuelve de una manera democrática y lo más equilibrada y práctica posible, poco más de cien discos de rock mexicano para entender su peso y trascendencia en la tradición musical mexicano. A través de diversas plumas (unas más ejercitadas que otras, ahí un factor que incide sobre la calidad misma del contenido), Cortés y González Castillo logran contar de forma breve, el rock mexicano a través de los registros discográficos que le han dado vida. En el libro podemos constatar que rock mexicano es hablar de la música mexicana misma: norteños, raperos, electrónicos, metaleros, regueseros, cumbieros, blueseros, pachecos, religiosos, payasos e intelectuales, enmascarados, con huaraches o con máquinas industriales, de traje o con tatuajes de carceleros. Un disco importante al que le vendría bien una primera reimpresión corregida y aumentada con mano profesional.
  1. Alicia en el Espejo, María Teresa López Flamarique (Edixiones Alicia, 2010). Para quien quiera verlo así, y guardadas proporciones, el Multiforo Alicia es a la Ciudad de México lo que el CBGB fue alguna vez a Nueva York, en términos de repercusión a su cultura, al menos. El garito del subterráneo por antonomasia, el lugar en donde los artistas demuestran en la tarima de qué están hechos, ante un público honesto y siempre crítico, en un espacio reducido, autogestivo y de sesgo libertario. En el Alicia ocurre a la fecha el punk, el progresivo, la cumbia, el ska y otros brebajes contraculturales que son el soundtrack de las nuevas generaciones. Este libro es el registro de aquella etapa inicial de rompe y rasga del Multiforo Alicia. Contado de forma no siempre atinada, aunque clara, a manera de cuento fantástico, López Flamarique logra salir avante en la tarea de preservar de forma escrita la vida de un local que ha significado un aporte crucial para la identidad juvenil de la música citadina mexicana, a través de un lugar que cobra poco, es autónomo y que sigue creyendo en ese valor de cambio a nivel político y social que aún puede implicar la música.
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