El sentido ético nos dice que al ser y el deber ser les corresponde caminar en un mismo sentido. Sabemos que la mayoría de las veces toman caminos divergentes. No debería ser así, pero la realidad nos da cuenta que así es. El actuar de las personas respecto a la cotidianidad es una decisión que descansa sobre una base de valores que no deben ser flexibles. Se trata de una forma de vida, de un compromiso permanente cuya violación es inexcusable. Nosotros decidimos sobre nuestra forma de actuar, pero, ¿qué sucede cuando nos damos cuenta de que alguien torció el camino?, ¿qué hacer cuando descubres un fraude? Los fraudes destruyen corporaciones y carreras profesionales. Por lo mismo, denunciar implica un riesgo que no es menor. Por lo tanto, antes de empezar, tenemos que definir de qué se trata, tener el concepto claro. Un fraude se refiere a actividades incorrectas al extremo de lo ilícito, que tienen como objetivo el beneficio de una persona o grupo de ellas, realizando engaños, eludiendo obligaciones o usurpando derechos, causando afectaciones a terceros. Sabemos de lo que trata y si tenemos uno enfrente, ¿qué tenemos que hacer? En primer lugar, la prudencia es el paso que debe anteceder cualquier acción. Por supuesto, antes de poner todo patas para arriba, lo primero es asegurarse de que no se trata de un error, de una apreciación equivocada y estar seguros de que efectivamente lo que estamos observando es un fraude. Para ello, tenemos que recurrir a hechos concretos, es decir, nos tenemos que alejar de los pareceres, de las opiniones, de los puntos de vista y tenemos que apelar a la evidencia real que no tenga que pasar por un proceso de abstracción. Es decir, nos tenemos que arropar de datos medibles, cuantificables con medidas de unidad conocidas y objetivas. Una vez que hemos acreditado, con evidencia contante y contundente, llegamos a la fase en la que tenemos que pasar por la tentación de esconder lo que encontramos o sobrepasarla y decidir si vamos a denunciar. Esta fase es muy difícil, es necesario valorar quién se ve afectado por el fraude y experimentar sensaciones que van desde la incertidumbre -sobre cuándo se va a resolver la situación-, preocupación -sobre quién va a tener que hacer frente a los costos que se presentan-, y la angustia -derivada de la cantidad de trámites que deben presentar para justificar la posición de quien descubrió un fraude-. También hay que tener en cuenta que el proceso de denuncia del fraude costará tiempo personal, papeleo, trámites y, tal vez, la imposibilidad de seguir haciendo uso de ciertos servicios y productos de la entidad hasta que el problema sea resuelto. Por tanto, implica pérdida de ciertos privilegios y molestias derivadas de esta situación. En ocasiones, quien denuncia se ve más cuestionado que quien perpetró la estafa. Hay compañías que en la búsqueda de la verdad persiguen más a quien denuncia que a quien hizo mal. No podemos ser ingenuos, el que abre una cloaca tiene que estar dispuesto a soportar los malos aromas que de ella emanen. Al denunciar un fraude estamos corriendo un riesgo, es decir, entramos en el mundo de la incertidumbre en más de un sentido. Es preciso saber cuál es el canal adecuado para hacer la denuncia. Por supuesto, tenemos que saber que al declarar que hemos encontrado un fraude, las cosas van a cambiar y los cambios pueden llegar en diversas formas, no siempre favorables para quien denuncia.
  • Que quien denuncia no reciba apoyo: En esta situación se intentará justificar el proceder de quien tuvo una conducta fraudulenta y las evidencias no servirán para apoyar lo que estuvo mal hecho. En estos casos, lo mejor es dejar que corra el proceso y buscar salir de un lugar en donde se apoya a quien hace mal en vez de hacer bien.
  • Que quien denuncia reciba apoyo: En esta situación se valora la evidencia y se busca resolver la situación a partir de lo que se denunció. En cualquier caso, se investigará y se tratará de llegar a la raíz del problema para que no se vuelva a presentar.
  • Que se lleve a cabo una investigación. En esta situación se sigue un proceso de investigación en la que ambas partes -denunciante y denunciado- quedan en suspenso mientras se lleva a cabo el proceso. En este contexto habrá un tiempo de espera que podrá ser de mucho estrés para ambas partes.
Desde luego, en todos los escenarios posibles, antes de dar el primer paso, lo principal es llegar perfectamente preparado para hacer frente a las diferentes alternativas que se pueden presentar. El proceso de denuncia es desafiante. Se pondrá a prueba la paciencia, la certeza de que lo que se detectó sea o uno algo correcto, los criterios de valuación y sobre todo la calidad de la base de valores sobre la cual sustentamos nuestro quehacer diario. Cuando descubrimos un fraude cabe preguntarnos si podemos esconder la conciencia bajo la alfombra, si la honestidad puede quedarse guardada en un cajón y si los ideales pueden archivarse junto con los papeles viejos que irán a parar a la trituradora. Asimismo, ponemos a prueba la coherencia de los principios que se sustentan en nuestro lugar de trabajo. Por lo mismo, nuestros ideales, las mejores prácticas y nuestros principios merecen un lugar protagónico, si los dejamos metidos en los bolsillos o los escondemos detrás de los muebles donde no podrán ser descubiertos, no sirven de mucho. Hoy, que vemos el deterioro brutal que han sufrido las instituciones en todos los niveles, sean gubernamentales, corporativas, educativas, religiosas, cabe preguntarse si frente a la posibilidad de poner un freno a esa ola brutal y corrosiva que son las conductas fraudulentas, debemos o no levantar la mano. Es pertinente preguntarnos, especialmente en estos tiempos, cuál debe ser nuestra forma de actuar al enfrentarnos a ella.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @CecyDuranMena Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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