Conocer nuestro cuerpo es viajar a una civilización antigua, dice el escritor Ramón Andrés como apología de la curiosidad y la memoria, de la conciencia puesta al espejo. 

Sobre las imágenes de este reflejo, conocer la mente tendría que ser el reto más grande y exquisito al que un ser sintiente pudiera quedar expuesto.

Ese arenero lúdico es el que se pisa cuando se aborda el tema de la conciencia y sus fenómenos. Mente es uno de esos conceptos que paraliza. No por su riqueza, por desconocimiento.

A falta de mejores ideas, se piensa que es la capacidad de darnos cuenta, aquello que brinda la posibilidad de conocer, imaginar y pensar. La batería que da vida al juguete.

Disculpa, no tengo tiempo para morir

Tuvo que haber algún homínido en este sendero evolutivo con la capacidad de comprender que un día habría de morir. 

El anfitrión que anhela que la fiesta dure para siempre termina por saber que no hay tal cosa o queda solo, embriagado de sí mismo. Llevando la segunda opción a un estado de normalidad nos hemos vuelto expertos en aferrarnos a lo que sea. Y si parece imposible, mejor. 

Con esa afrenta en su horizonte y tiempos que retan el orden, surgieron instituciones que estudian la viabilidad de subir los contenidos del cerebro —la mente— a la nube, no solo para asegurar su permanencia, también para lograr una convivencia entre el yo biológico y el digital.

Perseguir la inmortalidad funcional no es idea nueva: tribus y civilizaciones de la antigüedad dedicaron templos, poemas y sacrificios para tener que conformarse con el alivio que solo la espiritualidad podía otorgar.

Síguenos en Google Noticias para mantenerte siempre informado

Con un mundo conectado y la consecuente evolución tecnológica, la idea fue retomada hasta cobrar nombre: transhumanista. Entonces, la inquietud por mudar la conciencia a un disco duro llegó a películas, series y juegos como Chappie, In/mortal, Oblivion, Trascendence, Lucy, Altered Carbon y Cyberpunk 2077.

Esta curiosidad no quedó solo en guiones y storyboards. Blue Brain fue un proyecto de 2005 en el que el Instituto del Cerebro y la Mente de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (Suiza), intentó crear un cerebro sintético mediante ingeniería inversa de los circuitos cerebrales de algunos mamíferos.

En 2013, el Presidente Barack Obama develó el proyecto “Mapa de Actividad Cerebral”, un plan para registrar cada neurona del cerebro humano, en una especie de StreetView cerebral. 

Para el año 2014, Dharmendra Modha, de IBM, anunció el desarrollo de TrueNorth, un chip informático neuromórfico que pretendió emular la arquitectura neurobiológica del cerebro humano.

Pero hacer un respaldo del mundo interior de Johnny Depp o Scarlett Johansson solo es tomado en serio si es visto en una pantalla y con palomitas. 

Beneficios de tu respaldo mental en la nube

Según la Ley de Moore, cada dos años se duplica el número de transistores en un microprocesador, lo que permite que las tecnologías experimenten avances exponenciales. 

2045 es el año en el que estima el futurólogo Ray Kurzweil, que alcanzaremos el nivel de computación equivalente al cerebro humano. Esta “singularidad” —dicen los transhumanistas— dará pie a la inmortalidad digital.

Aún con un arsenal de preguntas lógicas, pero jugando con una lente realista, contar con un duplicado de la mente digital tendría algunas ventajas.

Descargar el contenido de la mente en un cuerpo robótico nos libraría de cualquier limitación motriz. Al vaciarla en un ambiente multiconectado reforzaría su potencial, con lo que seguramente aumentaría la productividad y con ello se jerarquizarían y solucionarían los grandes problemas globales. 

¿Cómo subir la mente a la nube?

Existen tres categorías de supuestos para volver este duplicado digital de la conciencia una realidad: fisicalismo, registro y cómputo.

El fisicalismo parte de la premisa de que todos los contenidos de la mente viven en el cerebro, por lo que el supuesto de replicar su funcionamiento y procesos anima la motivación de tener una copia digital de la conciencia.

La meta del registro de todo lo que hay —y puede haber— en la mente está en fase germinal, pero parte de la noción de que llegará el momento en el que podamos comprender este alcance y desarrollemos tecnología para crear un duplicado fiel y digital de la conciencia.

Desde el punto de vista del registro, la transferencia de la mente a un contenedor digital, depende también de la capacidad en espacio, transmisión y medios para hospedar la mente fuera de la biología humana y hacerla computable.

Estos tres supuestos son objeto actual de debate de científicos y especialistas, quienes reconocen como el primero de sus acuerdos, que falta mucho tiempo para esto. Pero de ningún modo es inviable y representa una carrera como la de habitar otros planetas.

Y a todo esto, ¿para qué duplicar la mente?

El conocimiento que tenemos del cerebro y la conciencia es tan limitado que mejor nos hemos ocupado en seguir la pista de políticos y sus dichos.

Pero al menos el valor de la curiosidad por el estudio del funcionamiento del cerebro y de la mente es fuente de inspiración:las redes neuronales artificiales son responsables de lograr resultados relevantes en las búsquedas en línea. Con esa misma noción se diseñan los procesadores de los teléfonos celulares y computadoras, los asistentes digitales y los vehículos autónomos.

No se ha construido todavía una red artificial con 86 mil millones de neuronas y puede que pasen cientos de años para ello (retando a Kurzweil), pero tal realidad tendría que venir acompañada con una revolución ética y un poco de humor.

La mente digital ¿sería considerada otro “yo” con los mismos derechos y responsabilidades que la mente biológica? ¿El duplicado digital podría decidir por encima de su copia biológica? ¿Quién tendría razón? ¿Según quién? ¿Todo ser humano tendría derecho a subir a la nube su mente? ¿Quién se responsabilizaría de la conservación y de la información en el manejo de estas mentes almacenadas? ¿Tiene la conciencia una base o una referencia tecnológica? 

El conectoma —el conjunto de los miles de millones de neuronas conectado por los billones de sinapsis— es responsable de hacer que te des cuenta de que te estás dando cuenta. Y el estudio de esta estructura y sus procesos avanza ágilmente a manos de la neurociencia para tratar de descifrar cómo es que funcionamos. No va apasar pronto.

En un mundo en el que no hemos logramos idear el modelo de convivencia económica y social como rectores de un sistema elemental, empático y altruista, la carrera por subir a la nube la mente parece ridícula. 

De la misma forma en la que Nicholas Negroponte —fundador del Media Lab de MIT— fue tachado de ridículo cuando en 1984 predijo que cargaríamos con dispositivos móviles con pantallas táctiles que nos permitirían hacer compras sin necesidad de contar con dinero físico.

Suscríbete a Forbes México

Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

Mail: [email protected]

Instagram: @elnavarrete

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

Siguientes artículos

Manipulación, persuasión y redes sociales
Por

¿Como influyen las redes sociales en las decisiones políticas? ¿De qué recursos se valen para ganar simpatizantes usando...