Por Eduardo Navarrete

Con la historia de Pedro y el Lobo aprendimos que nada puede ser tomado demasiado en serio, especialmente si lleva puesto el mal gusto de la reiteración.

Que yo recuerde, desde que nací, el mundo está en crisis. En este estado aprendimos a expresarnos y a interactuar, a descifrar las reglas y a arreglárnoslas para —al final del día— regresar a casa, medianamente a rastras, pero tablas.

La crisis en este país y en el mundo ha ido más allá de un episodio, se ha vuelto parte de nuestra identidad: conocemos su mecanismo, estamos familiarizados con su entraña y difícilmente entenderíamos el mundo sin ella. De hecho, ¿cómo sería el mundo libre de crisis?

La crisis que ya nadie ve

Una crisis tiene que espantar. De niño, cuando mis padres repetían en la mesa las diferentes clasificaciones de crisis que los noticiarios escupían (cambiaria, petrolera, transexenal y, desde luego, matrimonial), lo mejor era llevar la mente a uno de sus socorridos subterfugios. Y no porque hubiera comprensión del significado del término, sino por los gestos y muecas con los que se referían al momento crítico.

Muy pronto reparé que guarecerme no era del todo útil en un espacio en el que la norma era andar de crisis. Sí, del mismo modo que uno anda a la moda, nosotros nos ponemos la crisis sin siquiera reparar en ello. Sueltos, coloridos y expresando por pasarelas y avenidas, aquello de lo que andamos rotos. 

“Crisis”, la palabra, se ha normalizado en el vocabulario tanto como en la conducta y la norma social. ¿Qué tiene de malo mentirle a un pueblo? ¿Por qué habría uno de preocuparse si roba al erario público? ¿Por qué tendría que preocuparle a alguien ser parcial en la impartición de justicia? Las pequeñas acciones deshonestas detonan crisis como un protocolo de alerta generalizada que curiosamente nadie ve ni interpreta. Y así pasan, sexenio tras sexenio.

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¿Habría que temerle a las crisis?

Estar con vida no es solo un estado que acompaña oportunidades y problemas, trata de una serie de coordenadas conceptuales que invitan a ver el mundo como una sucesión de instantes de conciencia que —entre otros beneficios— aportan contexto para validar que siempre estaremos en una crisis y que no todas ellas son intrínsecamente terribles.

La crisis económica derivada de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, pausó el lujoso estilo de vida de la sociedad inglesa para abrir paso al racionamiento y cuidado de los recursos para entonces priorizar los objetos de consumo para el ejército.

Muy pocos se asomaban a la calle, refugiados en espacios subterráneos. Las opciones de diversión eran escasas, pero la adversidad motivó a que el ingenio volteara a la adaptación y florecieran nuevos espacios de radiación lúdica y artística.

Las estaciones de metro fungieron como escondites en los que se gestaban grandes tertulias y motivaron movimientos musicales, poéticos y literarios que varios museos actuales envidiarían. Y todo porque había tiempo y sentido de propósito a pesar de las condiciones adversas que se reconocían solo como cotextuales. 

Una crisis monumental derivó en un ejemplar florecimiento. 

La prisa: ¿el delator más burdo de un estado de crisis?

Una realidad que no sale en la tele ni hay cómo ponerle like, es la que replicamos a manera de turnos y sobre la cual manoteamos para intentar dar forma a su dirección y diaria intención.

Nos hemos sofisticado al grado de encontrar todo tipo de crisis (y no en aras de una respuesta resiliente). Probablemente sea ignorancia activa respecto al espíritu altruísta en términos sociales para relacionar la línea causa – efecto colectiva, tanto como individual.

Pero así vamos, como el rey de la selva entre sus lianas, de crisis de credibilidad, a crisis de gobernabilidad, partidista, de popularidad, de mobilidad, a una crisis de realidad en la que se ignora lo que se ve como para justificar la manera en la que se actúa y se habla.

¿Qué tiene que pasar para despegarnos de las crisis? ¿Será que son inherentes al estado humano y no nos habíamos dado cuenta? ¿Podríamos entonces usar indistintamente los términos, realidad y crisis?

Perdido el propósito, la especie acude a la prisa para pensar que es así como está siendo productiva. La vida tiene episodios en extremo incoherentes: hay temporadas que no responden a otra cosa más que al sinsentido y pasajes a los que uno pondría pausa, como burdo acto de aferramiento. Pero nos apresuramos y hasta levantamos teorías y metodologías ágiles que de nada sirven si no cuentan con un sentido de propósito.

Otra mirada a otra crisis

Una crisis suele obsequiar una perspectiva de la realidad que no tenías. 

Así, la vida urbana está por transformarse de manera radical, de acuerdo con Simon Kuper: luego de un puente dimensional como lo está resultando la pandemia, el trabajo desde casa ha dejado clara su eficiencia, por lo que los corporativos podrán descentralizarse, los trabajadores incrementarán su salario y la baja congestión vial apuntará a una convivencia más ecológica. 

Podría pensarse que la gente atrincherada, ya no en estaciones de metro, sino en sus casas, tendrá tiempo y perspectiva para sí. Pero hacen falta ingredientes: empatía, interés genuino por el estado del otro, sentido de dirección personal y colectivo, apertura, intención, cuidado y detalle respecto a la motivación ulterior.

Si una crisis logra que la gente voltee a ver al otro con curiosidad e interés y que incluso se indigne y proteste; si permite que la sociedad encuentre que solo de manera organizada tiene un sentido de avance individual y grupal; si ayuda a encontrar valores que comparta con otros, entonces es probable que el estado de crisis, por agudo o superficial que sea, represente un pivote cíclico para desarrollar un sentido de impulso aún más profundo y relevante que el propio detonador. 

Si no, entonces, será solo otra crisis.

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Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

Mail: [email protected]

Instagram: @elnavarrete

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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