Decía Victor Hugo que “entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad vergonzosa”. Y de la misma manera, George Orwell advertía de que “un pueblo que elige a corruptos, impostores, ladrones y traidores no es víctima, sino cómplice”. Y debo decir que no estoy señalando, ni tildando a nadie, pero sí debo señalar que la frase “no hay mayor ciego que el que no quiere ver” goza de sentido cuando hace referencia a México.

Andrés Manuel López Obrador es un presidente peculiar. Su discurso, promesas, los sueños que se vendían en campaña electoral quedaron en eso mismo: discursos, promesas y sueños. La realidad, lejos de esa idílica situación que pretendía llegar con el nuevo mandato, era una economía cada vez más estancada y, como siempre, a la cola de entre las economías de la región. Y quien no crea esto, que rebata el hecho de que México es una economía que lleva más de 4 años estancada, que es la economía que más tarde prevé recuperarse de entre las economías latinoamericanas, o que aquello no económico para lo que también se hicieron promesas, como es el caso de la violencia, sigue igual o, como vemos actualmente, peor.

El país está igual o peor que antes de que AMLO se pusiera a los mandos. Con varias recesiones técnicas cosechadas, la economía mexicana sigue mostrando tantas sombras como luces, y la débil respuesta fiscal ofrecida por el gobierno, sumado a diversas fallas estructurales que presenta el país, le han llevado a ser la economía de América Latina que más tarde prevé recuperar el nivel de PIB previo a la pandemia. Y si existe un motor de crecimiento económico, como el comercio exterior, las relaciones se tensaron más que nunca con un socio comercial que no terminaba de confiar en el mandatario.

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El populismo, que es como debemos definir a este tipo de políticas, se impuso en una economía que, es cierto, no venía de cosechar a los mejores gestores, pero no por ello ha mejorado su situación. Las intenciones de AMLO son muy buenas, y estoy seguro de que es un presidente que se preocupa por su ciudadanía, pero como decía Thomas Sowell, “debemos medir las actuaciones por su impacto en la sociedad, y no por la intencionalidad con las que se llevaron a cabo”. La presidencia le ha venido grande a un presidente que trata de contribuir a mejorar la situación, pero que acaba entorpeciendo debido a la frustración de aquel que solo cosecha mala suerte y, en lugar de reconocerlo, esconde el problema.

Y es cierto que la culpa de todo lo que digo no es de AMLO. Pero sí existe una clara complicidad maliciosa cuando escuchamos que los indicadores económicos deben cambiarse ante unos registros que no ofrecen crecimiento; y hay quien apoya ese discurso. De la misma manera, no se entiende la autocomplacencia que tiende a mostrar en numerosas situaciones, cuando la economía se debate entre la recesión y la estanflación; y todavía hay quien vende falsos crecimientos. Y de la misma manera, no se entiende que en un momento en el que necesitamos trabajar por recuperar la economía, la actitud en los discursos sea como señala el doctor Luis Estrada, especialista político, “huye de toda pregunta seria y diciendo más de 94 mentiras por conferencia”.

México necesita trabajar por mejorar su situación, pues cuenta con numerosos retos por delante, y el populismo y la mentira no tienen cabida en una presidencia que, para atraer capitales e inversión, precisa certidumbre y credibilidad. AMLO puede que no sea corrupto, ni traidor, pero sí un presidente que tiene miedo y que, en lugar de afrontar los problemas de frente y trabajar por solventarlos, sigue tratando de vender una mentira a una población cada día más despierta y menos cómplice.

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