Hace más de veinte años, mi profesor de Introducción a la Economía nos advirtió: “esta materia les va a servir para la vida, para la guerra, para la paz y para entender la dinámica del mundo, los que no lo comprendan trabajaran el doble y les rendirá la mitad”. Sus palabras fueron verdad pura y eso que me pareció una admonición novedosa en realidad es sabiduría milenaria. Pensar como economistas en el mundo de hoy es un imperativo y se trata de buscar eficiencia e igualdad.

Ya en el libro del Génesis, se habla de esta lógica económica. José, el hijo de Jacob a quien se le apodaba el soñador, logró salir de prisión por su habilidad para interpretar los sueños. El Faraón tenía pesadillas sobre vacas flacas que se comían vacas gordas. El consejo que dio José no fue otra cosa que asesoría presupuestal, propuso un modelo económico: en los años de abundancia hay que ahorrar para lidiar los tiempos de escasez. Así funcionan los mercados, de eso se trata la ley de oferta y demanda.

En realidad, parece sencillo y lo es. El pensamiento económico es similar a la música de Mozart: simple en los fundamentos y complejo en las profundidades. Más nos vale entender para empezar a procesar nuestra forma de pensar así, porque la economía influencia todo: la forma en que se da cuidado a los niños, los métodos para adquirir una vivienda, los servicios de salud, las políticas de emprendimiento, los modelos para hacer negocios, la regulación del Estado a las empresas, el cambio climático. 

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La actividad mundial, con independencia de la industria de la que se trate, se conduce con una lógica económica y se expresa en lenguaje de modelos que analizan el costo-beneficio, la causa y efecto, los impactos así que, si no sabemos, es necesario aprender a pensar como economistas. Lo malo es que nos han enseñado a tenerle miedo al vocabulario de la Economía, lo peor es que muchos no tienen empacho en mostrar el pánico que le tienen a los números. 

Los modelos matemáticos son de una belleza apabullante, su complejidad es interesante y lo mejor es que son sinceros. Un número dice siempre lo que es y lo expresa en toda la plenitud de su significado. Claro que la Humanidad no está cerca de descifrar los misterios de la Economía. Es complejo entender los porqués de los ciclos económicos, de las burbujas inflacionarias, de sus altas y bajas, de cómo hacer para que la distribución de la riqueza sea más pareja. Es verdad que, en este sentido, parece haber más aciertos que desaciertos, menos consensos que acuerdos.

La profesora Elizabeth Popp Berman de la Universidad de Michigan sostiene que por años la economía ha sido relegada a los sótanos del conocimiento. Desde los albores del siglo XX, los economistas fueron desplazados por los abogados y los actuarios. Los números se pusieron al servicio de la política, pero la forma de pensar dejó que una tendencia insidiosa y manipuladora tratara de doblegar la lógica económica. Por supuesto, los resultados han traído desigualdad y desperdicio. Hubo una gran confusión y se creyó que los de izquierda debieran apoyar ciertas políticas y los de derecha otras que, tal vez, iban en sentido opuesto.

No obstante, el pensamiento económico puro no tiene tintes políticos. Nadie quiere vivir en la insuficiencia ni va en contra de su propio dinero. No hay quien decida ganar menos si puede ganar más. La eficiencia es un valor universal que se identifica con todos los bandos. Acabar con la brecha de la desigualdad que causa la deficiente distribución de la riqueza es una aspiración humana.

Es cierto, la forma de pensar de los economistas es fría y qué bueno que así sea. La lógica de la economía se basa en modelos matemáticos y los números son imparciales y no responden a preocupaciones personales, a preferencias ni genera dependencias o lealtades políticas. Se ha tratado de manipular esa manera de pensar. No obstante, en economía la pobreza es un número, igual que la salud, el hambre, el vestido, el trabajo o el sustento. A partir de estas cifras se toman decisiones y es justo admitir que algunas son correctas y otras no tanto. Pero esto depende de los valores con los que se alimentó el modelo económico.

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El problema es que, de un tiempo para acá, en vez de pensar como economistas, el mundo a privilegiado el pensamiento político y encima lo ha confundido. Nos dio por sostener que la Economía es el problema, el mayor problema que tiene la Humanidad. Y, estas barbaridades se escuchan de voces de políticos y de algunos académicos. En el ensayo, Todos contra la Economía, Mollie Ostachovski culpa a esta ciencia social de la inequidad progresiva en la distribución de la riqueza. No estoy de acuerdo. Las guerras continuas y la ambición desmedida parecen tener mayor responsabilidad que aquella que se sustenta en la Ley de la Escasez y nos invita a hacer más con menos.

Ni la Economía ni los economistas son oráculos. Los modelos matemáticos tienen sus límites. Y, entendido este concepto, podemos usar las herramientas del pensamiento matemático para crear escenarios en los que podamos empatar los dos pilares que sustentan el desarrollo ético: eficiencia e igualdad. Arengar contra los números, rechazarlos como si se tratara de una plaga, presumir que no se le entiende a estos temas es dejar al descubierto las costuras de una gran carencia administrativa y de liderazgo.

Por el contrario, entender la forma en la que las herramientas de análisis de oferta y demanda es aplicar la ciencia en el mundo real. Cada esfuerzo encaminado en aplicar el pensamiento económico sea más amigable, en simplificar los conceptos confusos, ayudará a entender el movimiento de los precios, las formas del mercado, el control de rentas, los niveles de salario, la cantidad de trabajo, la producción nacional y lo que afecta directamente nuestras ideas.

Sé que, para muchos, el pensamiento económico es atemorizante y lo es más en nuestros días. Hay que acabar con esa mala fama. A medida que aplicamos el pensamiento económico, lo vamos convirtiendo en un hábito. Descubriremos que el mundo está lleno de problemas económicos que requieren un elemento esencial: el sentido común. Sí, mientras más profundizamos en el pensamiento económico, descubriremos un método de razonamiento para resolver problemas. Dicho de otra forma, pensar como economista nos dará un valioso marco lógico para organizar los pensamientos y comprenderlos desde un buen ángulo de referencia. Claro, también descubriremos que estas herramientas ni son oráculos ni son bolitas de cristal infalibles. Y, eso ya es mucha ganancia. Es probable que ganemos el favor del Faraón si le damos un modelo económico para interpretar sus problemas —como lo hizo José— que si confesamos tenerle miedo a los números.

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