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“Escuchamos música con nuestros músculos”, decía Nietzsche. Para el filósofo Vladimir Jankélévitch, la música actúa sobre nosotros, sobre nuestro sistema nervioso e incluso sobre nuestras funciones vitales. Por eso, la música puede sanar.     Comprobados por la ciencia son los múltiples beneficios que el escuchar música reporta. Ahí está toda esa nueva corriente terapéutica conocida como musicoterapia que, sustentada principalmente en las investigaciones de personas como el connotado Oliver Sacks, ha promulgado la utilización de la música como herramienta capaz de alterar ciertas partes físicas y sicológicas del cerebro. A todos los interesados, les recomiendo le echen un ojo a su libro Musicofilia, (Anagrama, 2009). Para la gran mayoría de nosotros, la música ejerce un enorme poder, lo pretendamos o no y nos consideremos personas especialmente “musicales” o no. Esta propensión a la música, que Oliver Sacks denomina “musicofilia”, surge en nuestra infancia, se manifiesta en todas las culturas, y probablemente, se remonta a nuestros comienzos como especie. La “musicofilia” se define entonces como nuestra propensión o afinidad con la música, algo que es fundamental y central en todas las culturas. Todos nosotros (con muy pocas excepciones) podemos percibir la música, los tonos, el timbre, la melodía, la armonía y, quizá, de una forma más elemental, el ritmo. Integramos todas estas cosas y “construimos” la música en nuestras mentes utilizando partes distintas de nuestro cerebro. A esta apreciación estructural y en gran medida inconsciente de la música se añade una reacción emocional, muchas veces intensa y profunda. Y también una respuesta motora porque “escuchamos música con nuestros músculos” (Nietzsche) y llevamos el ritmo de forma involuntaria, aunque no prestemos atención de manera consciente. De ahí que, para un filósofo como Vladimir Jankélévitch, la música actúe sobre nosotros, sobre nuestro sistema nervioso, e incluso sobre nuestras funciones vitales (Jankélévitch, 2005). Al no ser únicamente un fenómeno estético, la música se convierte en una forma de gnosis sensorial, esto es, un conocimiento (sensible, emotivo) con capacidad de proporcionar salud. La música nos acompaña en la travesía de nuestras vidas y muchas veces nos “salva”, nos cura, teniendo efectos determinantes en nuestro carácter y destino. En los últimos años puedo decir que hay todo un auge en donde la neurociencia, la sicología cognitiva y los estudios sobre música están convergiendo, gracias al trabajo de Sandra Trehub, Robert Zatorre, Isabelle Peretz, David Huron, Anthony Storr, Carol Krumhansl, Aniruddh Patel o Daniel J. Levitin (cuyo último libro, El cerebro y la música, se ha traducido recientemente al español). Gracias al trabajo de estos autores, un gran número de avances y descubrimientos en musicología cognitiva que quedaban confinados  en el laboratorio o en el mundo académico están siendo accesibles al gran público, que es ahora capaz de acceder y comprender el verdadero alcance de la música y su papel fundamental en nuestras mentes, vidas y sociedades (de ahí el éxito comercial de este tipo de publicaciones en la actualidad). En su libro, Sacks elabora un extenso análisis de la identidad humana y de cómo la música, en un mundo donde resulta prácticamente imposible escapar de ella, es un factor clave para la creación de esa identidad, ya sea de una manera patógena o como un agente sumamente positivo a la hora de tratar enfermedades, como el Parkinson, el síndrome de Tourette, el síndrome de Williams, la demencia, la afasia, la amnesia o el autismo. Para Sacks, todos los pacientes de estas enfermedades y muchas otras podrían reaccionar de manera intensa y específica a la música (y en ocasiones a poco más), por lo que ésta se revela como algo especialmente poderoso y con un gran valor terapéutico. Es importante detenernos en esta idea de la música como agente terapéutico. Si bien el poder de la música se conoce desde hace miles de años, la idea de una terapia musical formal no surge hasta finales de los años cuarenta, sobre todo en respuesta a la gran cantidad de soldados que regresaban de los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, con heridas en la cabeza y lesiones cerebrales traumáticas o lo que clínicamente se denomina “fatiga de combate” o “neurosis de guerra” (el equivalente a lo que ahora denominaríamos “estrés postraumático”). En muchos de estos soldados se descubrió que su dolor y sufrimiento, e incluso algunas de sus reacciones físicas (velocidad del pulso, presión sanguínea, etc.), podían mejorar con la ayuda de la música. Sin embargo, más allá del uso terapéutico, los efectos que la música produce en gente común no son menos dignos de mención. Ahí están, por ejemplo, el caso de los llamados “gusanos cerebrales” o “mentales”, que no son otra cosa que esos fragmentos de música que aparecen en los comerciales, en un tráiler o es el sencillo de la semana de un artista determinado, y que puede permanecer “sonando” en nuestra cabeza por semanas, incluso cuando estamos dormidos. Muchos de ellos tienen  incluso algunas cualidades hipnóticas.

Shine Bright Like a Diamond.

Shine Bright Like a Diamond.

(Diamonds/ Rhianna)

En muchas ocasiones, eso ocurre incluso con música que no es de nuestro gusto, música que consideramos irrelevante y trivial pero que se queda “grabada” en nuestro cerebro sin que sepamos bien por qué. Dentro de la industria musical, ciertas melodías comerciales están hechas, compuestas, arregladas y pensadas para “enganchar” al oyente, para ser más pegajosas que el chicle o el pegamento, lo cual les permite abrirse camino hacia el oído, pero principalmente moverse hacia la mente inconsciente como un gusano. Y aunque nos han dicho hasta el cansancio que “una imagen dice más que mil palabras”, cada vez son más los estudios científicos que avalan la idea de que la imaginación musical es tan rica y variada como la visual, hecho que podemos comprobar por el simple hecho de que cualquier persona puede recordar, tararear y “interpretar” piezas musicales completas en su cabeza. Así que eso de que “todos traemos la música por dentro” es un dicho de lo más acertado. Esto es así porque no sólo escuchamos la música externa, la que oímos con los oídos, sino también la música interna, la que suena en nuestras cabezas.     Contacto: e-mail: [email protected] Twitter: GarciSalvatore Facebook: Salvador García Alejandro     Referencias
  • Sack, Oliver (2009): Musicofilia. Relatos de la Música y el Cerebro. Barcelona. Anagrama.
  • Jankélévitch, Vladimir (2005): La música y lo inefable. Barcelona. Alpha Decay.
  • Trías, Eugenio (2007): El canto de las sirenas. Argumentos musicales. Barcelona. Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores.
  • Storr, Anthony (2002): La música y la mente, Paidós.
 

 

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